viernes, 26 de febrero de 2016

Una noche en la ópera.



La ópera en provincias
El 25 de febrero pasó por el teatro Zorrilla de Valladolid el Teatro Nacional de la Ópera de Moldavia con Rigoletto. Por Castilla y León navega esta compañía y Ópera 2000 y traen una representación al año. Dos como mucho y ya parece una locura.
Los motivos se desconocen porque los teatros están siempre llenos hasta la bandera.  Puede que el público piense como yo. “Es una compañía de segunda fila pero es la única ocasión que tengo de ir a la ópera en mi propia ciudad. Así que.... a apechugar”. “Lo que nos echen”.
Siempre las mismas obras: Carmen, La Traviata, La boheme... vamos las más trilladas. No es que por vivir en Burgos o Valladolid nos dan arcadas pensando en las producciones del Teatro Real, del Euskalduna o de cualquier otro teatro de “postín”.

Cuando alguien nos cuenta una de esas producciones...yo que sé... quizás una obra “exótica” como la Lucia di Lammermoor”,  se te pone la salivilla en la boca como al perro de Paulov.  Luego, si nos cuentan del Maggio Fiorentino, o del verano en Torre del Lago, o hasta la modestísima producción de Massa Marittima, nos parece como si nos contasen el desembarco en la Luna o algún capítulo de La Guerra de las Galaxias.
Así de lejos suelen estar estas producciones provinciales de la oferta operística europea.
Naturalmente, las escusas pueden ser variadas y llenas de colorido. Desde que en provincias somos pobres y no nos lo podemos permitir, hasta que son cosas que sólo gustan a una minoría.
Lo primero. Te hace venir la risa floja porque uno está lo suficientemente informado como para saber que estas representaciones tampoco son rentables ni en Madrid, ni en Bilbao, ni en Florencia, si nos ponemos. Es más, se dan con un canto en los dientes si no van con muchas perdidas así que ¿por qué no ir a pérdidas en ciudades de provincias?
La segunda razón es “Por que no nos gusta, no tenemos cultura, no apreciamos”. Claro que si pones una castaña como la Tosca del 2015 en el Zorrilla de Valladolid, una producción en la que desafinó hasta la orquesta (no es metáfora), no tiene porque extrañar que los primerizos saliesen con los pelos como escarpias y jurando no volver jamás. ¡Jamás!.
La oferta 2016: Rigoletto
Este año, Este año la cosa ha ido mejor, es más ha sido una experiencia excelente.  El menú obligatorio era la famosa y trilladísima ópera de Verdi, Rigoletto.
De esta obra es difícil cansarse. En su época fue un escándalo por aquello de que un bufón contratase a un sicario para cargarse a un Duque, que tenía el poder de un rey o un presidente para sus ciudadanos y para su territorio.
Eran tiempos de atentados y de terrorismo. Basta recordar que la obra se estrenó en 1851 y en 1858 Felipe Orsini intentó matar a Napoleón III. En Australia, en 1868 intentaron matar al príncipe Alfredo, en España  mataron a Prim. En 1881 mataron a Garfield, presidente de los Estados Unidos, ese mismo año mataron al Zar Alejandro II. Los fenianos lo intentaron con la Reina Victoria en 1887.

En 1891 se produjo un intento de asesinar al zar Nicolas II de Rusia y en 1984 un anarquista consiguió matar al presidente de la República Francesa Sadi Carnot. El siglo concluyó con las muertes violentas de Cánovas del Castillo en España y de la famosa emperatriz Sissi en Suiza.  Un preludio del atentado de Sarajevo que cambiaría el mundo.
En definitiva, cuanto Verdi puso en pie Rigoletto, el ambiente estaba calentito, calentito y no solo en Italia, que pretendía formarse como nación y deshacerse del yugo austriaco, sino en todos los continentes.
Aunque nos parezca mentira por la cantidad de atentados que hemos sufrido en lo que llevamos de siglo. Durante la última mitad de 1800, la profusión de atentados fue mayor. La diferencia radica, y no es poco, en que número de víctimas civiles ha sido infinitamente superior en este siglo.
Actualmente, la lectura de que un ser inferior en la escala social, como un bufón / cómico, pueda llevar a cabo un plan para asesinar a un Duque/ presidente, no es algo sobre lo que un espectador de Rigoletto reflexione. De ninguna manera resulta preocupante, indignante o en el peor de los casos inspirador.

Hoy en día nos envuelve la historia de un jorobado que lucha por el honor de su hija y urde una horrible venganza es lo que nos conmueve. Si que se nos pasa por la mente el hecho de que Rigoletto, por no informar a su hija, no le dice ni el nombre y que la saca del convento para tenerla recluida en casa y con toda esta información... ¿Cómo no se iba a enamorar la pobre chica del primer crápula que pasase?  ¡Alma de cántaro! Era de cajón.
No importa. La obra encanta. Es un subseguirse de momentos brillantes y drámaticos desde “questa o quella” tema que afilaría los cuchillos de la feminista más pacífica, pasando por “Caro nome” una aria difícil y de lo más tierna, o la violentísima “Sí, vendetta, tremenda vendetta” para llegar a la famosa “la donna è mobile”, sin olvidar un quartetto fantástico como es el de “Bella figlia dell’amore” y concluir con un final que te pone los pelos como escarpias.
Un jorobado en Valladolid
La representación vallisoletana no se privó de nada. Los artistas se dejaron la piel y como una finísima taza de porcelana china en la que el artesano ha dejado una línea ligeramente temblorosa, casi un defecto, pero que lejos de estropearla la hacen más humana y más única.
El Teatro es hortera con esos colores
El Rigoletto del Zorrilla producía una emoción muy parecida. Unas interpretaciones no eran perfectísimas pero que llegaban directamente al corazón. Puede que mejor que producciones con mayor presupuesto y mayor caché que he tenido el privilegio de ver.
El público castellano se comportó como era de esperar: frío.  No sé si es porque no saben dónde aplaudir y se comportan como cuando vas a una sinfónica que solo es aplaude al final o porqué pero son siempre de lo más sieso de la estepa castellana. Misterio.  Menos mal que estábamos tres o cuatro a arrancar los aplausos porque sino... vaya mortuorio.
Yo no digo que hagan como antiguamente, que se pongan a hablar, a ligar, a hacer negocios o a comer bocatas. Pero tampoco con ese espíritu de velatorio.
Cuando te gusta aplaudes y cuando no te quejas.
Oleg Zlakoman, que hacía de Duque cumplió las expectativas, por los pelos, pero dio la talla. Sobre todo porque en el escenario se mueve bien y resultaba un golfo simpático y convincente y eso en la ópera no es poco. Al fin y al cabo se trata de una obra de teatro cantada.
La ópera es un animal exigente que requiere voz y actuación para llegar al alma cosa que consiguió magistralmente la soprano Ulpiana Aliaj, artista que me propongo seguir y que me pareció de lo más prometedor.https://www.youtube.com/watch?v=k7uWnAxu-bY
Otra interpretación singular fue la de Segui Uzun en el papel de Sparafucile. Una voz intensa que necesita mejorar la pronunciación (sobre todo las R) pero que resultó de lo más convincente.
También me conquistó el Rigoletto de Marco Moncloa, tuvo sus complicaciones, pero lejos de darme fastidio me enternecieron igual que la taza de porcelana de la que hablaba antes.
Inesperadamente, ir a “lo que me echen” resultó una experiencia estupenda. 
No se cumplió la maldición del Zorrilla
Según se cuenta cuando el aforo de este teatro este completamente lleno será pasto de las llamas. Quizás por eso quedaba algúna butaca en palco libre y esta vez, no obstate el numerosisimo público, tampoco se cumplió la maldición.