El aniversario de la Revolución rusa ha animado a autores y
editoriales a adentrarse en una época que,desde la barrera, resulta fascinante
“Las hemanas Romanov” de Helen Rappaport es una de las
propuestas que tratan de los personajes protagonistas de esos tiempos convulsos
pero, en este caso, su papel en los eventos fue simplemente trágico.
Los lectores que abran este libro intentado comprender la
Revolución rusa, pueden tranquilamente cerrarlo porque no encontrarán ninguna
respuesta. Como promete el título, trata de saber cómo fue la vida cotidiana de las hijas del
último Zar de Rusia y es, precisamente, lo que cuenta sobre los padres lo que más
interrogantes plantean.
¿Cómo es posible que el Zar Nicolás con una educación tan
europea cada vez que entraba en Rusia se convirtiera en un señor feudal
casposo?
¿Qué tipo de abducción sufrió la Zarina Alexandra para dejar
el sobrio luteranismo al cual se sentía muy vinculada desde la infancia y
subirse fanáticamente al carro de la liturgia ortodoxa rusa más integralista?
¿Cómo es posible que el Zar no lo viera venir?
La obra no salva al Zar que en todo momento parece un
excelente esposo y padre de familia pero un jefe de estado nefasto.
Hoy en día un magnicidio nos parece algo impensable, cosa
que pueden pasar en Libia o en Irak, en esos países remotos y orientales, pero
a principios del siglo pasado los atentados, con mejor o peor fortuna, no es
que estuviesen al orden del día pero poco le faltaba. Solo en España desde 1870
hasta 1921 contabilizo veinte atentados, algunos mortales como el de Prim, Canovas
del Castillo, Canalejas y Dato. El rey (por breve tiempo pero rey al fin y al
cabo, Amadeo I tuvo tiempo de tener su atentado. Alfonso XII tuvo dos atentados
y su hijo Alfonso XIII otros dos.
El Zar Nicolás tenía que saber que la vida de las cabezas
reinantes no eran tan sagradas.
Ya habían asesinado a su padre, a Umberto I en Italia, a la
emperatriz Sissi de Austria, a Francisco Fernando de Austria. Habían tendido
atentados hasta la reina Victoria de Inglaterra. Incluso el presidente de
Estados Unidos William McKinley murió en un atentado. Por eso parece tan raro
que el Zar no pensase lo primero en poner los pies en polvorosa cuando la cosa
se puso fea.
Es verdad como dice Rappaport que Rusia es un país enorme y
que salir no es fácil sobre todo teniendo en cuanta que en esos momentos salir por
la frontera europea con la Primera Guerra Mundial en auge era imposible, Pero
también es verdad que el Zar abdicó en un vagón de tren y tanto le habría
valido salir de Rusia tras la firma aún dejando a su familia abandonada.
No habría sido tan fácil matar a cuatro niñas a una zariana
zumbada y a un niño hemofílico. Incluso para los feroces bolcheviques.
Nicolás tendría sus razones. Las que se desprenden del libro
son fundamentalmente estupidez y no entender nada, absolutamente nada del mundo
que rodeaba.
Las hermanas Romanov viven ajenas a todo, no tiene ni idea
de lo que significa vivir en la Rusia de los Zares para alguien que no es de la
familia real. De hecho, la impresión que tengo, es que toda la familia amaba muchísimo
a Rusia. No a la Rusia de verdad, amaban a una Rusia de postal, folclórica que
amaba y veneraba a la familia del zar como si fuese parte de un mundo mágico y
divino. Cualquier cosa, que no reafirmase esa idea que ellos tenían de la
realidad era desterrada de su círculo familiar.
“Las hemanas Romanov” describen el mundo claustrofóbico en
el que vivía la familia. La enfermedad del heredero parece más una excusa para dar
la espalda a amigos y enemigos y vivir con los privilegios de los zares en un
modo sobrio burgués un tanto esquizofrénico y bipolar.
Merece la pena la lectura, se echan de menos los cotilleos
sustanciosos sobre la relación íntima de los zares que señala en su mastodóntica
obra “Los Romanov” de Simon Sebag Montefiore. Por ejemplo, comenta que en sus
cartas los zares tenían nombre cariñosos para sus zonas íntimas, que el zar
tuvo una amante varios años antes de casarse y que la zarina se ponía hasta
arriba de tranquilizantes.
Una visión mucho menos mojigata que la que presenta
Rappaport con la ventaja de contar con una concienzuda contextualización histórica además de ser bastante más detallista con la ejecución de la familia imperial.
Quizás sea un tanto morboso querer saber con el mayor lujo de detalles cómo fue asesinada la familia, entra dentro del espíritu humano y no deja de ser de interés histórico, por lo que el pudor de la Rappaport me parece que está demás.