A
68 kilómetros al norte de Roma, entre las colinas de Viterbo, se encuentra el pueblo
de Bomarzo, y a sus pies un parque difícil de olvidar.
La historia inicia en 1552, cuando el príncipe Pier Francesco Orsini, alias
Vicino, aburrido de hacer batallitas deja de ser “condotiero” y contrata al
gran arquitecto Pirro Ligorio, mismo que después de la muerte de Miguel Ángel
se ocupó de las obras del Vaticano -
para construir un jardín, a los pies de la Casa de la Familia, "sol per sfogare il core", para desahogar el corazón por la muerte de su
mujer, Julia Farnese.
Lo cierto es que en esa época estaba de moda hacerse un jardín que demostrase,
no tanto la potencia económica como las estéticas e intelectuales. Así
surgieron jardines como el del hijo de Lucrecia Borgia, Ippolito d’Este, en
Tivoli, Villa Lante en Bagnaia o Palazzo Farnese en Caprarola.
Proteo – Glauco |
Vinicio era un tipo extraño. La familia Orsini cuenta en su linaje con dos
papas y 34 cardinales además de otros muchos personajes de relevancia histórica
pero él era de la rama pocha y el señorío de Bomarzo siendo importante no era
una mina de oro.
Parece que Pier Francesco decidió crear un jardín que dejase estupefactos a
sus visitantes o que recorrerlo sirviese de iniciación hacia secretos herméticos
parecidos a los que más de 100 años después utilizarían las logias masónicas .
Las razones que tuvo Vicino para construir un jardín de estas
características hoy en día no están claras.
Tortuga |
El Orsini emplearía 21
años y casi todo su capital – a su muerte
sus hijos estaban que trinaban - en construir 30 conjuntos escultóricos
rodeados de un bosque frondoso con casi 70 tipos de plantas y un par de
riachuelos para refrescar la canícula veraniega
El “parque de los
monstruos” es una rara mezcla de magia, esoterismo y mitología, notas que
encajan a la perfección en el alma del territorio, un norte Lazial con tres importante
componentes: el misterio etrusco, la potencia romana y el oscurantismo medieval
dejando de lado completamente la religiosidad oficial.
Un recorrido iniciático
Como toda historia que se precie, desde Edipo hasta nuestros días, Bomarzo
abre sus puertas con un misterio, o al menos su símbolo: dos esfinges,
guardianas a la puerta, dos frases enigmáticas: “quien ande por este lugar con cejas enarcadas y labios cerrados, ni
siquiera es capaz de admirar las famosas siete maravillas del mundo” “Tú que
llegas aquí, presta atención y luego dime si todas estas maravillas fueron
creadas por error o por Arte”. Con estas palabras iniciamos un recorrido
que nos llevara de sorpresa en sorpresa, del enigma a la profecía.
Una enorme cabeza, con las fauces abiertas de par en par, representa Proteo
– Glauco, dios marino con tanto poder que en su cabeza sostiene el globo terrestre
y al castillo Orsini, adornado con las
alas de mariposa psique, que recuerdan el bautismo ritual que cumplió el
monstruo encarnando las formas creadoras del mundo: el agua y el fuego.
No creemos que esto sea casual, es nuestra guía de viaje, saltaremos por
enigmas y símbolos, en donde cada uno de los visitantes encontrara un
significado único y personal, nuestro recorrido es solo una de las
interpretaciones posibles del Bosque Sacro.
Del Mar al cielo
Tres símbolos importantes nos aguardan en nuestro itinerario, la colosal “Lucha
entre los gigantes” ¿Hércules que desgarra Caco? o ¿la lucha entre el bien y el
mal? La críptica la tortuga que lleva una victoria alada sobre el caparazón que
hambrienta se apoya sobre una ballena. Al otro lado, sobre unas rocas, un Pegaso
que se alza hacia el cielo. Casi como si quisiera decirnos que el camino hacia
la victoria debe ser fuerte, voraz y tener la capacidad de mirar alto.
Desde este punto, una serie de esculturas de significado desconocido nos
llevan hasta el ninfeo y la fuente con delfines. Las esculturas están muy deterioradas pero las
tres gracias, hermanas de las musas, de las estaciones y de las horas, nos
recuerdan la importancia de la belleza, de lo superfluo, mientras la fuente con
delfines retoma el tema del agua fuente de vida.
De repente, los restos musgosos de un escenario, para recordarnos que un
teatro es la vida y, para coronar el concepto de ilusión sensorial, encontramos
la casa inclinada.
Seguramente la estructura más sorprendente, dos pequeñas habitaciones en
las que entrando, solo unos minutos, se siente un ligero mareo. Difícil creer
la versión de las guías que la explican como una “broma” del príncipe a los
amigos, que ingresaban para reposar y salían enseguida por sentirse mareados,
parece más bien recordarnos la fragilidad de nuestras certezas.
Una terraza escoltada por 1.001- número singular- de urnas de piedra, nos conduce a una fuente con un
impresionante Neptuno y a pocos metros, continuando con el tema de la mitología
marina, una ninfa durmiente. Por el camino Ceres, la diosa de la tierra, surge
triunfante y nostálgica. Sin alejarnos demasiado, un elefante, prácticamente a
escala natural carga con una sólida torre mientras masacra con la trompa a un
soldado romano.
Un recorrido que podríamos sintetizar así: la fragilidad de los sentidos,
la potencia de la tierra y la derrota de los poderes terrenales.
De la vida a
la muerte
La escultura símbolo del bosque sacro de Bomarzo es la cabeza de un ogro
que, excavada en roca, parece abrir ferozmente la boca como si fuese un acceso
al mundo subterráneo. Al interno, una mesa demasiado alta y demasiado alejada,
del banco de piedra que recorre las paredes, para tener una función diferente a
la de alguna extraña liturgia.
Un dragón simpático que o juega o lucha con un perro, un león y un lobo, el
can Cerbero, la Proserpina de los
infiernos, Equidna, leones y la Furia, un recorrido que habla del “más allá” y
nos conduce al templo, en teoría, construido para recordar la princesa Farnese.
No podríamos llamarlo iglesia, parece un templo griego y aunque no faltan los
símbolos cristianos tiene un olorcillo de lo más pagano.
La interpretación podría ser que las fuerzas arcaicas dominan la vida y la
muerte.
Esto es Bomarzo, un jardín constituido por treinta conjuntos esculpidos in situ sobre enormes bloques de la roca
madre que emerge de la tierra. Treinta creaciones extravagantes, fantásticas,
sorprendentes que tocan toda la paleta de emociones: terror, regocijo, asombro,
estupor, intuición de lo sagrado...
El Sacro Bosque permaneció varios
siglos enterrado bajo la espesura, hasta que a mediados del siglo XX fue
adquirido y restaurado por iniciativa privada. La pena es que sus actuales
propietarios no parecen muy sensibles a los aspectos más filosóficos del lugar
y prefieren promoverlo como un parque de atracciones.
Precioso Amaya.
ResponderEliminarCuando vuelva a Roma ire a verlo.
Genial
Me alegro que te haya gustado y la verdad es que es una escursión que merece la pena. La semana que viene te daré otra idea de ruta más o menos por la misma ruta.
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