lunes, 12 de mayo de 2014

La Elba de Napoleón


En una pequeña isla del archipiélago toscano Napoleón pasó casi un año “recluido” conspirando y esperando una vuelta al poder que, al final, duraría solo cien días señalando su final definitivo.

En la isla de Elba, Napoleón tenía dos casas: la Villa dei Mulini en Portoferraio. y la de San Martino, ambas han sido cuidadosamente restauradas pero hay que decir que los objetos que las adornan son de la época napoleónica pero no pertenecieron necesariamente a Napoleón.
Yo os voy a hablar de la casa de San Martino ya que posee un encanto especial.
Un día que Napoleón iba a caballo descubrió la villa y seguramente pensó que el sitio le venía bien para reunirse de forma más discreta con sus conjurados ya que la casa está en medio del campo.
Como le habían cortado la cuenta, Napoleón le pidió la pasta a su hermana Paolina que en ese momento estaba casada con el príncipe Borghese. Parece ser que Paolina posó en esta misma villa para Canova y su famosa “Venus Borghese” cosa que repateó al casposo de su marido.
Paulina tenía fama de libertina, se dice que Elba fue escenario de muchas fiestecitas subidas de tono. Yo no creo que fuese para tanto, aunque solo fuese porque a acompañar en el exilio a su hermano, además de Paolina y de su otra hermana, Elisa, Princesa de Lucca y Piombino estaba su madre Maria Leticia Ramolino, una mujer de armas tomar.
Napoleón ordenó unas obras de lo más lujoso implicando grandes arquitectos toscanos, adecentando jardines y canales pero no pasó mucho tiempo en ella. Si os acordáis del “Conde de Montecristo” de Alejandro Dumas, sabréis que la historia precisamente empieza porque Edmundo Dantés fue a entregar unos documentos a Napoleón en la Isla de Elba. A mí me gusta imaginar que dicho encuentro tuvo lugar en esta villa, lejos de miradas indiscretas. ¡Al fin y al cabo la isla de Montcristo esta a cuatro brazadas de la Isla de Elba!.
Con la caída de Napoleón, la villa quedó en propiedad de Paulina, pero ella siempre tuvo problemas para usarla ya que a árbol caído todos se apuntan a hacer leña.
A la muerte de Paolina, la casa la heredó su hermano Jerónimo Bonaparte, rey de Vestfalia, que a su vez la dejó a su hija Matilde en 1851. Para entonces la casa estaba completamente abandonada y en muy mal estado pero el marido de Matilde, el príncipe florentino, Anatolio Demidoff que estaba super forrado se propuso recuperarla.
La riqueza de los Demidoff provenía de la fabricación de armas y municiones y podemos imaginar que en una época de grandes colonizaciones, la clientela no le faltaba.
Demidoff era de origen ruso y concebía el matrimonio a su manera. Es decir, no tenía intención de renunciar a la amante, una tal Valentine de Sainte-Aldegonde, así que Matilde ni corta ni perezosa cogió las joyas de su dote, sin “acordarse” de que las había pagado Demidoff a su padre, ya que Jerónimo no tenía un real, y se largó a París en donde montó un salón literario con su amante el conde Émilien de Nieuwerkerke.
A Demidoff no le hizo mucha gracia y la cosa terminó en un tribunal ruso. El Zar Nicolás I autorizó la separación y además obligó al príncipe a pasar a la “pobre” Matilde 200.000 francos al año. Ni que decir tiene que el Demidoff se quedó sin las joyas.
No obstante estas peripecias, el príncipe encargó al arquitecto florentino, Nicola Matas, la construcción de un museo Napoleónico con su preciosa colección de objetos. A la muerte de Demidoff la villa quedó otra vez abandonada hasta que pasó a propiedad del estado en 1930.

Durante la II Guerra mundial los alemanes lo utilizaron como sede del mando. Al terminar la contienda el Estado italiano se preocupó de realizar una espléndida restauración completándola con muebles y objetos de la época napoleónica que son los que podemos ahora admirar.

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