En una pequeña isla del archipiélago toscano Napoleón pasó casi un año “recluido” conspirando y esperando una vuelta al poder que, al final, duraría solo cien días señalando su final definitivo.
En la isla de Elba, Napoleón tenía dos
casas: la Villa dei Mulini en Portoferraio. y la de San Martino, ambas han sido
cuidadosamente restauradas pero hay que decir que los objetos que las adornan
son de la época napoleónica pero no pertenecieron necesariamente a Napoleón.
Yo os voy a hablar de la casa de San
Martino ya que posee un encanto especial.
Un día que Napoleón iba a caballo
descubrió la villa y seguramente pensó que el sitio le venía bien para reunirse
de forma más discreta con sus conjurados ya que la casa está en medio del
campo.
Como le habían cortado la cuenta,
Napoleón le pidió la pasta a su hermana Paolina que en ese momento estaba
casada con el príncipe Borghese. Parece ser que Paolina posó en esta misma
villa para Canova y su famosa “Venus Borghese” cosa que repateó al casposo de
su marido.
Paulina tenía fama de libertina, se dice que Elba fue escenario de muchas fiestecitas subidas de tono. Yo no creo que fuese para tanto, aunque solo fuese porque a acompañar en el exilio a su hermano, además de Paolina y de su otra hermana, Elisa, Princesa de Lucca y Piombino estaba su madre Maria Leticia Ramolino, una mujer de armas tomar.
Paulina tenía fama de libertina, se dice que Elba fue escenario de muchas fiestecitas subidas de tono. Yo no creo que fuese para tanto, aunque solo fuese porque a acompañar en el exilio a su hermano, además de Paolina y de su otra hermana, Elisa, Princesa de Lucca y Piombino estaba su madre Maria Leticia Ramolino, una mujer de armas tomar.
Napoleón ordenó unas obras de lo más
lujoso implicando grandes arquitectos toscanos, adecentando jardines y canales pero
no pasó mucho tiempo en ella. Si os acordáis del “Conde de Montecristo” de
Alejandro Dumas, sabréis que la historia precisamente empieza porque Edmundo
Dantés fue a entregar unos documentos a Napoleón en la Isla de Elba. A mí me
gusta imaginar que dicho encuentro tuvo lugar en esta villa, lejos de miradas indiscretas. ¡Al fin y al cabo la isla de Montcristo esta a cuatro brazadas de la Isla de Elba!.
Con la caída de Napoleón, la villa quedó
en propiedad de Paulina, pero ella siempre tuvo problemas para usarla ya que a árbol
caído todos se apuntan a hacer leña.
A la muerte de Paolina, la casa la
heredó su hermano Jerónimo Bonaparte, rey de Vestfalia, que a su vez la dejó a
su hija Matilde en 1851. Para entonces la casa estaba completamente abandonada
y en muy mal estado pero el marido de Matilde, el príncipe florentino, Anatolio
Demidoff que estaba super forrado se propuso recuperarla.
La riqueza de los Demidoff provenía de
la fabricación de armas y municiones y podemos imaginar que en una época de
grandes colonizaciones, la clientela no le faltaba.
Demidoff era de origen ruso y concebía
el matrimonio a su manera. Es decir, no tenía intención de renunciar a la amante,
una tal Valentine de Sainte-Aldegonde, así que
Matilde ni corta ni perezosa cogió las joyas de su dote, sin “acordarse” de que
las había pagado Demidoff a su padre, ya que Jerónimo no tenía un real, y se
largó a París en donde montó un salón literario con su amante el conde Émilien
de Nieuwerkerke.
A
Demidoff no le hizo mucha gracia y la cosa terminó en un tribunal ruso. El Zar
Nicolás I autorizó la separación y además obligó al príncipe a pasar a la “pobre”
Matilde 200.000 francos al año. Ni que decir tiene que el Demidoff se quedó sin
las joyas.
No
obstante estas peripecias, el príncipe encargó al arquitecto florentino, Nicola
Matas, la construcción de un museo Napoleónico con su preciosa colección de
objetos. A la muerte de Demidoff la villa quedó otra vez abandonada hasta que
pasó a propiedad del estado en 1930.
Durante
la II Guerra mundial los alemanes lo utilizaron como sede del mando. Al
terminar la contienda el Estado italiano se preocupó de realizar una espléndida
restauración completándola con muebles y objetos de la época napoleónica que
son los que podemos ahora admirar.
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