La primera vez que entré en la cripta de los Capuccinos estaban
a la puerta dos monjes, uno de ellos que tendría una edad indeterminada entre
los 50 y 70 vendía las entradas. El otro enjuto, seco, calvo y desdentado ya había
pasado la fase de anciano para pasar a ser muy venerable.
¡Madre mía! Pensé a este le quedan dos telediarios para
venir a vivir abajo.
En la escalera empinada que conduce hasta la cripta lo
primero que percibí fue un fuerte olor a humedad, normal, ¡nos adentramos en
una bodega! Pero había algo más, un cierto aroma a moho, a cerrado, a algo
indefinido que no resulta fácil identificar pero que te hace comprender como es
el olor que perciben los arqueólogos al abrir una tumba.
En aquella época los cuerpos estaban apilados al tun tun
distribuidos por sexo y profesión pero colocados sin ningún respeto. Como si de
un secadero de jamones se tratase.
El estado de los ataúdes era precario, de hecho habían
puesto en el mismo ataúd varios niños momificados, recuerdo que habían colocado
a tres pequeños juntos en su pequeño ataúd de cristal en modo tal que parecía
que estaban jugando a las cartas.
Recuerdo que al pasar por una arcada levante la cabeza para
ver un ataúd que estaba colgado sobre el arco a la mecaguental, llevaba las
gafas de sol en la cabeza a modo de diadema y a alzar la vista se me cayeron al
suelo resonando escandalosamente por toda la cripta. Justo en ese momento
pasaba un hombre en dirección contraria.
-
Mamma
mia che spavento! (¡madre mía que susto!)
Inevitablemente me dio la risa, no obstante el lugar no
invita a la hilaridad.
Las fotos que podéis ver ahora son las que sacó mi gran
amiga Anna Maria Marchesi y corresponden a la versión limpia y renovada de la
Cripta. No sé si os podéis imaginar cómo estaba…
Actualmente la gestión de la cripta está en manos de un
consorcio que lo ha limpiado ordenado y restaurado, quitando todos esos despropósitos
que aumentaba el aire tétrico y claustrofóbico pero sigue siendo un lugar
impresionante hecho para corazones fuertes que invita a la reflexión.
Hace más de 150 años estaba de moda en Palermo entregar los
cuerpos de las personas queridas, pertenecientes a la clase acomodada, a las
amorosas manos de los monjes capuccinos. Ellos utilizando viejas fórmulas
secaban los cuerpos en unas celdas, que se pueden visitar actualmente, hasta la
momificación. Una vez realizado este proceso, el cuerpo se engalanaba con sus
mejores prendas y se colocaba en un ataúd en donde sus familiares y amigos podían
ir a visitarlo.
Hoy a nosotros nos deja atónitos esta costumbre tan morbosa
pero en aquella época los corredores de la cripta debían de estar muy
frecuentados por señoras y señores de la nobleza y burguesía siciliana. Quizás
era una manera de no separarse de sus seres queridos o quizás era un modo de
demostrar que se tenía la clase y el prestigio suficiente para burlar, al menos
en parte, a la muerte.
La familia no solo visitaba a sus momias sino que también se
ocupaba de que estuviesen siempre presentables: vestidos ligeros en verano y más
gruesos en invierno.
Rosalía Lombardo |
Desgraciadamente, lo que los monjes capuccinos sabían de embalsamarían
era muy limitado, su éxito se basaba sobre todo en las condiciones climáticas
de la cripta por lo que algunos cadáveres se degradaban tanto que actualmente
de muchos solo quedan los huesos.
Con la finalidad de evitar esta desolación los monjes
rellenaban los cuerpos con paja y los cosían intentando darles esa apariencia
humana que tenían en vida pero la muerte siempre gana, la mayoría de los
cuerpos que vemos son solo calaveras con alguna tira de piel y algo de cabello.
No obstante hay cuerpos en magnifico estado como el de el cónsul
americano o el más famoso y conmovedor el de la pequeña Rosalía.
Recorriendo la cripta parece inevitable preguntarse qué vida
tuvieron esas personas. Vemos notarios y abogados, monjes y políticos, mujeres
y niños de poca edad. La mayoría nació antes de que Italia fuese una nación, su
mundo era el de los borbones del reino de las Dos Sicilia. Encontramos los
cuerpos de dos soldados borbónicos. Quién sabe si supieron de Garibaldi, de las
batallas que en Sicilia se libraron y de la definitiva unificación de Italia.
Cónsul americano |
Los notarios, los políticos y los burgueses que se alojan en
la Cripta no podían ser completamente ajenos al temporal que se avecinaba ni de
las graves y terribles consecuencias que la unificación italiana tuvo para la
isla quizás por eso quisieron permanecer, mantener su pequeño mundo con sus
castas y sus clases sociales más allá de la vida y más allá de la muerte.
El fru fru de las sedas de aquellos vestidos que vemos en
“El gatopardo” son los mismos que lucían estas señoras que ridiculizadas por la
muerte nos miran desde otros tiempos, desde un mundo antiguo que no exista más allá
de esta cripta.
Parafraseando a Giuseppe Tomassi di Lampedusa “Es necesario
que todo cambie para que todo siga igual”.
Amaya Uribarri
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